Hechos a imagen de Cristo: El evangelio y la imagen de Dios en el ser humano

Amo a mis hijos con todo lo que soy. Cada semana salgo con uno de ellos para tomar café o comer papas fritas y platicar de todo y de nada. Me encanta pasar tiempo con ellos; son un gozo para mi corazón que pone una sonrisa en mi rostro.

Sin embargo, mi esposa y yo somos testigos del pecado que mora en ellos. Sus almas están contaminadas con el veneno que entró al mundo cuando Adán y Eva comieron el fruto prohibido (Gn 3:6). El corazón de mis hijos está seriamente afectado y los vemos sufrir por ello. Pelean, se lastiman, nos desobedecen, nos mienten y muchas veces experimentan las consecuencias de su pecado.

Verlos pecar y sufrir por ello me entristece, y por más que les diga que no lo vuelvan a hacer, vuelven a caer. ¿Por qué? Porque aunque son nuestros hijos, y se parecen físicamente a su madre y a mí, espiritualmente se parecen a nuestros primeros padres: Adán y Eva.

Mis hijos, yo y todas las personas de este mundo somos portadores de la imagen de Adán y necesitamos que el evangelio restaure en nosotros la imagen de Dios que fue manchada en el Edén.

Fuente: Coalición por el evangelio

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